La segunda vez fue más incierta, una lucha entre ocasiones perdidas. Pudo ser al día siguiente, en la playa, en la noche, en Guaymas, o pudo ser en la universidad, en el escenario, en Hermosillo, pero tampoco se pudo. Nuestros movimientos en el planeta nos invitaron a esperar diciembre para deslumbrarnos con el brillo que sale de los ojos, cuando dos amorosos se ven o cuando un niño encuentra que su regalo de cumpleaños no es ropa. Todo esto pasó aproximadamente por julio, pero ya no me (quiero) acuerdo en qué año.

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